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El marketing político y una falsa sonrisa no hacen maravillas ¿Y EL CARISMA POLÍTICO?...

El marketing político y una falsa sonrisa no hacen maravillas ¿Y EL CARISMA POLÍTICO?...

Escribe: Guillermo Peña H.
«A todas las elecciones les dicen fiesta, pero la democracia no es entendida por la gente como un momento de festín. A menudo termina siendo una oportunidad para escoger el mal menor, para exhibir las frustraciones de una población marginada o incluso para evidenciar la falta de interés de millones que ya no quieren participar de esa triste fiesta». (Patricio Navia).

En el Perú hay dos tipos de candidatos: los políticos tradicionales y los nuevos políticos. Los primeros en mención generalmente dedican su vida entera a la labor política y/o persisten “eternamente” en su interés por llegar al poder mediante las diferentes lides electorales, sin importarles si tienen madera para hacerlo. Los segundos, o sea los nuevos —que no necesariamente son políticos jóvenes sino nóveles en la materia—, son los que ingresan al ruedo atribuyéndole a su personalidad honestidad y transparencia debido a su falta de experiencia en la administración pública que involucra obligatoriamente conocimientos y capacidades de gobernabilidad, cosa que no poseen; y en otros casos, cuando se trata de candidatos relativamente jóvenes, estos presumen de su vitalidad y de sus ganas de cambiarle el rostro a la política de su entorno. En ambos casos, sean prospectos nuevos o tradicionales, ninguno de estos prototipos es garante de tecnocracia, sino, muy por el contrario, son muestras físicas del apetito inmediato de poder, de la carencia del sentido de la responsabilidad, de impunidad emocional y de ineficacia crónica, las que terminan provocando mayor inmovilidad social. 

Pero la clase política de nuestro tiempo no sólo devalúa y soslaya el carácter técnico que necesita un candidato para dirigir a una comuna por el camino correcto hacia el objetivo pretendido, o sea hacia el desarrollo de su pueblo; la clase política actual obvia algo mucho más esencial y básico: el carisma. Sí, así es, el ca-ris-ma, algo sustancial que deben conocer los interesados al momento de iniciar su carrera política exitosa (claro, si es que es el éxito lo que pretende alcanzar el representante político). Pero he aquí un gran problema para los nuevos prospectos de la política: el carisma es un don innato, algo con los que pocos son bendecidos, que no se compra ni se vende al mejor postor, ni siquiera contando con un gran presupuesto de campaña. Es decir, hacer proyectos políticos sin tener candidatos con carisma, es apostar adelantadamente por el perdedor. 

Sin embargo hay quienes creen que el carisma no importa, que solamente es una característica que puede complementarse utilizando el marketing político. Grave error, pues el marketing político no hace maravillas. Es precisamente la gestualidad de un líder la que se convierte en uno de los componentes elementales para la elaboración de su perfil, lo que, sin duda alguna, va a influir en el público, en el electorado; ¿benévola o negativamente?, eso ya depende de la percepción que éste sepa transmitir a sus receptores. “Los gestos positivos y negativos, las expresiones de tristeza, nerviosismo y hasta el stress que transmiten los rostros de los políticos son captados inmediatamente por los cerebros de las personas que asimilan percepciones sobre la seguridad que tienen en sí mismos, pero también el grado de autoridad que poseen y la afinidad empática con la cual se identifican”, aseguran los expertos en neuromarketing.

En pocas palabras, la clave del carisma (adquirido) radica en transmitir seguridad a los interlocutores. Por eso resulta de gran importancia detectar cuál es la principal inquietud del pueblo y el político debe demostrar que es capaz de resolverla demostrando seguridad. Esto último tómenlo como un consejo gratuito de este servidor, ya que la mayoría de políticos surgen ahora de las nuevas fortunas, de la clase emprendedora del país, de los dueños de academias y universidades de pésima calidad, de las mafias y el crimen organizado, de las informalidades económicas y, como ocurre a nivel local, de los profesionales de la salud, de la administración de empresas emergentes y del sector de transporte, todos con hambre de poder y saqueo de las arcas del Estado. Piénsenlo bien.