UNIÓN CIVIL CONTRA TARTUFOS, FARISEOS Y OTRAS PLAGAS...
Escribe: Guillermo Peña H.
“¿Qué cosa es la normalidad sexual para la iglesia Católica?, ¿ajustar la sexualidad al promedio?, ¿darle quizás una buena dosis de cotidianidad?, ¿acaso la estandarización de la misma?”.
¡Entiéndanlo bien, fascistas, dogmáticos y retrógradas que presumen de civilizados y liberales en teoría, pero que en la práctica, en situaciones complejas y contextos reales, sacan a relucir sus odios, sus prejuicios, sus traumas y limitaciones mentales en contra de las libertades ajenas!, si quieren que la minoría peruana que hoy exige sus derechos permanezca sometida a la teocracia política a través de la abdicación de su sexualidad, déjenme decirles que éste no es el Medioevo donde pueden implantar su ideología excluyente y su inquisición moderna, estamos en una democracia regida por la regla de reglas que es nuestra Constitución, la que vela por los derechos fundamentales de todas las personas sin excepción y que las defiende frente a las eventuales amenazas proveniente de la regla de mayoría (esa que tratan de inyectar los recaudadores del “millón” de firmas). Es decir, el sometimiento de la regla de mayoría a la Constitución y la regencia de los principios de la civilización humana, necesaria para la preservación de la misma.
Los derechos fundamentales (llámense civiles) como la libertad individual, los derechos políticos, las libertades de conciencia, de religión, las convicciones íntimas, las verdades y avances científicos y tecnológicos no pueden ser intervenidos por la regla de mayoría. Punto. Y si por si acaso piensan que este precepto me lo he inventado y quieren desmentirme, es sencillo, busquen y lean la Constitución Política del Perú, es un libro interesante, fácil de interpretar, un libro que, por cierto, nos resguarda y rige, por si no lo sabían.
El proyecto de ley Nº 2647: ”Ley de Unión Civil no matrimonial entre personas del mismo sexo”, presentado por el congresista Carlos Bruce en septiembre 12 del 2013, busca subsanar una gran injusticia histórica cometida por la iglesia Católica desde que hizo creer a todo el mundo que era la titular del poder absoluto, y que hoy las autoridades eclesiásticas pretenden transformarlas en políticas públicas del Estado, sobre todo para un sector de la población obviado y marginado hasta hoy debido al alboroto generado por los intolerantes que pregonan amor al prójimo y no por los defensores de la ley, a quienes se le ataca de la manera más ridícula y ordinaria, argumentando que alteran el orden natural y que vivimos en democracia (su pobre concepción sobre ésta) y que por lo mismo la mayoría puede decidir, mediante consulta popular, si a esa minoría se le recorta y suprime sus derechos fundamentales. ¡Qué tal estupidez!
Por qué negarlo, existe una gran mayoría a la que le atrae el sexo opuesto, esto pasa porque tenemos un instinto que nos lleva a propagar nuestra especie, a reproducirnos para sobrevivir a través del tiempo. Pero también existen seres humanos idénticos a nosotros, con la misma capacidad de amar, que tienen una orientación contraria a la nuestra, hacia los de su mismo género: los homosexuales, algo sustentado por un sinnúmero de investigaciones científicas, publicadas y fáciles de adquirir en la red. Por lo tanto la homosexualidad no es una orientación adquirida, como aseguran los homofóbicos y su limitado conocimiento.
Lo que pasa en una sociedad retrógrada y tercermundista como la nuestra, tan llena de rencores, tan sometida por la falta de información y poseedora de prejuicios casi innatos, es que con todo este paquete de insanias provocan que muchas personas repriman sus sentimientos, sientan temor y en el fondo no quieran reconocer ante la sociedad que son homosexuales; en su intento por organizar una vida heterosexual para encajar en la sociedad (buscan una pareja del sexo opuesto, se casan y hasta llegan a tener hijos), llevando una vida paralela, encubierta tras la fachada de la “normalidad”, viviendo en una constante infelicidad, aplicando a su vida una dosis de cotidianidad colectiva, adaptando su sexualidad al promedio; hasta que explotan y hacen pública su orientación sexual —como ha pasado con Carlos Bruce y otras tantas figuras reconocidas—, cansados de causar daño a terceros y, sobre todo, causarse daño a sí mismos.
Ese orden natural del que tanto se habla, culpable de tanta confusión, existe sólo para los mediocres y para los que prefieren ser parte del rebaño de por vida, y se mantiene como uno de los inventos más notorios de las ideologías autoritarias, éstas no son otra cosa que simples creaciones humanas y, por lo mismo, la constante evolución de las sociedades a través del tiempo exige remodelarlas también continuamente, pues la hegemonía patriarcal ha caducado, ya no rige, o por lo menos debe convivir obligatoriamente con las otras configuraciones y formatos de vinculación. Hay que dejar de fantasear con la idea de que si se aprueba en el Congreso la Unión Civil, toda la dogmática católica va a desaparecer. Hay que olvidar esas tres premisas que forman un silogismo defectuoso, en el que se manifiesta que se está sufriendo por el brote de un movimiento cultural neopagano, una suerte de confabulación internacional que pretende destruir el matrimonio y que los gays son ciudadanos de segunda clase, indignos de poseer los mismos derechos que nosotros los heterosexuales; argumento que deduce la conclusión siguiente: los homosexuales son abominables.
Si hay algo claro en nuestro país, es que existe una minoría excluida y, lo peor de todo, estigmatizada, y el Estado debe actuar para acabar con desagradable esta situación, promoviendo políticas públicas destinadas a desterrar ciertos anacronismos crónicos que arrastramos como sociedad.
No seamos mezquinos ni hipócritas, hay demasiados homosexuales que conforman la iglesia Católica —la que no desconoce la homosexualidad, sino la reprime—, dentro de familias muy bien constituidas y en la sociedad en general. ¿Se han preguntado por qué? Por temor, tan simple como eso. Y es que las parejas del mismo sexo no tienen un marco normativo para el ejercicio de sus derechos ni protección legal —como sí lo tienen muchos países del PRIMER MUNDO en donde la Unión Civil no ha acabado con la sociedad ni con la Iglesia—.
Aquí no valen justificaciones absurdas, el motivo principal que se niega a aceptar la igualdad de los derechos fundamentales es porque los dogmáticos religiosos se resisten al cambio. Felizmente el Estado peruano no comparte el poder con la Iglesia, tampoco es un estado totalitario y fundamentalista; la nuestra es una democracia moderna regida por la Constitución, descartando la amenaza de la dictadura de las mayorías (como la llamó Marx alguna vez). ¡Uf, que alivio!
Dejen vivir y ser feliz a la gente, a su manera.